Revista el Sábado (El Mercurio)
30 de julio, 2005

BRASIL: La lucha contra la esclavitud

Cerca de 25 mil brasileños laboran en esclavitud. En los últimos dos años, el gobierno de Lula ha fiscalizado, a través de grupos móviles, las haciendas en el vasto campo brasileño. Una periodista chilena fue con uno de estos grupos, y presenció la emancipación de esclavos modernos.
Jennifer Ross
"Es difícil aceptar que después de tanto desarrollo y tanto progreso en un país tan rico como el nuestro, tengamos personas que siguen siendo explotadas", lamenta Elierci da Cunha, una auditora del Ministerio del Trabajo que integra la caravana.
"El encargado, llamado "el gato", lleva a los trabajadores a las haciendas, a veces con promesas falsas, borrachos o de noche para que no sepan dónde están. Luego, les descuentan la comida y el alojamiento de sus sueldos, y crean deudas inexistentes. Los trabajadores, generalmente, son analfabetos y no conocen sus derechos. Son personas humildes, que han sido criadas con un concepto profundo de obligación y de honra; por lo tanto, desean pagar sus deudas. Trabajan hasta que se termina el servicio, pero se quedan sin dinero para regresar a sus hogares." -Januario Ferreira, el fiscal del Ministerio Público que integra nuestro equipo.
La agricultura genera el 40 por ciento del Producto Bruto brasileño, y representa un superávit comercial de casi 40 mil millones de dólares.
Le explico que ellos han estado trabajando en condiciones de esclavitud y que ahora están libres. Su cara hace un gesto de horror y desconcierto. Luego de varios minutos de pensarlo, mientras mira al suelo y trata de entender, levanta su mirada y dice: ­"Estoy libre."

Bajo un cielo nublado y amenazante, cuatro camionetas blancas parten rumbo a la selva interior de Brasil. Su misión: investigar una denuncia de trabajo forzado en una hacienda ubicada 700 kilómetros al norte de Cuiabá, la capital del gigantesco estado de Mato Grosso.

El equipo incluye seis auditores del Ministerio del Trabajo, un abogado del Ministerio Público y seis policías federales. La lucha contra la esclavitud tiene sus riesgos. El año pasado, cuatro auditores fueron asesinados.

"Hay un conflicto por la tierra muy acentuado en nuestro estado", explica Valdiney Antonio de Arruda, presidente de la Asociación de Auditores y Fiscales de Mato Grosso. "Y cuando nuestros fiscales se insertan en ese conflicto... pasan a ser parte de él".

Un verdor interminable de cosechas de maíz, algodón y soja se extiende a lo largo de la carretera. Pero aquí, en la franja sur de la selva amazónica, no se ve bosque.

"Allá, en esa zona, puedes ver que están talando raíces", indica Elierci da Cunha, la auditora del Ministerio del Trabajo que integra la caravana. "Ya no tienen el bosque que tenían antes, es una tristeza".

A pesar del peligro, Elierci es una apasionada por su trabajo. "Es difícil aceptar que después de tanto desarrollo y tanto progreso en un país tan rico como el nuestro, tengamos personas que siguen siendo explotadas", se lamenta.

Brasil es un país construido sobre las espaldas de cuatro millones de esclavos africanos.

"Empezó con la importación de mano de obra africana para la corta de caña", explica Vitale Joanoni Neto, profesor de historia de la Universidad Federal de Mato Grosso, en Cuiabá. "El 13 de mayo de 1888, la reina Isabel firmó una ley que abolía la esclavitud; fue el producto de un acuerdo entre élites en un momento de transición política, de un modelo imperial hacia uno republicano. Esa ley atendía a la élite de la región de Sao Paulo; pero las élites regionales, del noreste agrícola, siempre resistieron la abolición".

El trabajo esclavo moderno tiene un rostro diferente al de esa época, y no siempre de raza negra. Hoy, ser pobre, más que pertenecer a una raza, es el factor determinante. En lugar de usar esposas, los patrones guardan los documentos de identidad de sus trabajadores y muchas haciendas tienen guardias armados. Otras no los necesitan, porque se encuentran tan aisladas que no hay por dónde escapar.

Januario Ferreira, el fiscal del Ministerio Público que integra nuestro equipo, explica cómo funciona la esclavitud moderna:

­Consiste en reclutar trabajadores de regiones pobres, sobre todo en los estados de Pará, Tocantins, Maranhao y Mato Grosso. El encargado, llamado "el gato", lleva a los trabajadores a las haciendas, a veces con promesas falsas, borrachos o de noche para que no sepan dónde están. Luego, les descuentan la comida y el alojamiento de sus sueldos, y crean deudas inexistentes. Los trabajadores, generalmente, son analfabetos y no conocen sus derechos. Son personas humildes, que han sido criadas con un concepto profundo de obligación y de honra; por lo tanto, desean pagar sus deudas. Trabajan hasta que se termina el servicio, pero se quedan sin dinero para regresar a sus hogares. Como consecuencia, deben permanecer en pensiones que no pueden costear. Finalmente, se dejan seducir por las promesas de otro "gato" que, más tarde, les hace lo mismo. Así continua el ciclo.

Al atardecer llegamos al pueblito de Tapurah, donde cenamos pizzas en un restaurante local. Klinger Fernandes, coordinador del grupo, nos avisa que nos levantaremos a las seis de la madrugada, pero no discutirá más detalles en público.

A la mañana siguiente, entre la luz del crepúsculo, veo a Elierci ponerse una polera negra. Lo hace de una manera casi triunfal. "Esta polera, a veces, le choca a la gente", me dice, y la estira para que se pueda leer: Trabajo Esclavo: vamos a abolir de una vez esta vergüenza.

Mientras cargamos los camiones, Klinger revisa la denuncia que vamos a investigar, para tener todos los datos frescos. Son 23 trabajadores. Hay armas y violencia contra ellos. La hacienda está a 120 kilómetros de aquí. Tendremos que ir por caminos de tierra. Una aventura, ­dice.

Se empieza a ver selva. Pero luego, sólo pasto y troncos quemados.

­Es más barato comprar terrenos brutos y enganchar esclavos para prepararlos para el cultivo ­explica el auditor Afonso Goncalves­. Muchos dueños de haciendas ocupan esclavos para quemar los bosques y, luego, talar las raíces a mano o con machetes. La tierra debe transformarse por medio de un ciclo, en que la ganadería es previa a la cosecha de la soja.

"En el resto de la Amazonía prohíben la tala de 80 por ciento del bosque," dice Januario, el fiscal. "Pero en Mato Grosso", continúa, "el propio gobernador, un productor mundial de soja, ha logrado declararlo un estado en transición, para permitir la tala del 50%. Pero muchos talan más, porque les sale más barato pagar las multas, si es que los pillan".

Mientras nos acercamos a la hacienda, hay un silencio inusual. El peso de saber que sus colegas han sido asesinados y emboscados inyecta algo de temor a la emoción de la búsqueda. Nos detenemos para pedirle direcciones a un campesino, y Elierci marca nuestra ubicación con el sistema GPS.

Cuando llegamos a la hacienda sospechosa, Fazenda Reserva, los policías abren los portones. Entramos. Klinger se acerca a dos vaqueros que encontramos cuidando su ganado. El equipo dispara preguntas: "¿Qué parte del bosque están talando? ¿Dónde están los trabajadores? ¿Cuántos son?"

Los vaqueros dicen que ese trabajo terminó el mes pasado, por lo tanto, ya no están ahí.

­¿Están seguros? ­pregunta Klinger.

Nos dicen que hay algunos trabajadores en la hacienda vecina.

­La denuncia fue recibida en enero, entonces, probablemente, llegamos muy tarde ­dice.

Klinger decide indagar la hacienda vecina: Fazenda Santa Eulalia. Decenas de vacas se apartan para cedernos el camino. "Ahora tiene ganado, pero seguramente hay intenciones de cultivar estas tierras", especula Januario, con el ceño fruncido.

La agricultura genera el 40 por ciento del Producto Bruto brasileño, y representa un superávit comercial de casi 40 mil millones de dólares.

­Donde hay poder económico, hay poder político ­dice Leonardo Sakamoto, de la ONG Repórter Brasil (una organización que se dedica a varios proyectos contra la esclavitud)-. Si analizas el Congreso brasileño, verás que han descubierto muchos políticos famosos que usan esclavos.

Entre ellos se halla el diputado Inocencio Gomes de Oliveira, ex presidente de la Cámara Baja, y el senador Joao Ribeiro (quien argumentó, cuando se descubrieron esclavos en una de sus propiedades, que no estaba enterado de ello).

En Fazenda Santa Eulalia, el cuidador se ve nervioso mientras sale a recibirnos. Hablamos con unos empleados en un establo y revisamos sus cuartos, que se ven en buen estado.

­Mejor que nuestro hotel ­dice Klinger­. ¿Donde están los otros trabajadores?

El cuidador dice que no hay, pero las miradas de los vaqueros indican lo contrario. Mientras tanto, Elierci ha encontrado dos trabajadores harapientos que admiten que duermen a seis kilómetros, cerca del bosque que están talando.

­Vamos a ver.

Pájaros silvestres nos reciben al llegar. Al fondo de un sendero se vislumbra un campamento paupérrimo. Han construido carpas con palos, ramas de palmas secas y bolsas de basura. No hay piso, agua o alcantarillado. Para los diez trabajadores que duermen ahí, hay seis bancos de madera que hacen de camas y algunas hamacas. Los demás se fueron al pueblo hoy con el "gato", nos dicen.

"Hay muchos bichos", se queja uno de los trabajadores: un hombre flaco, de origen indígena. Sus manos están sucias y cortadas; sus ojos rojos. Una cruz de madera se ve entre su camisa abierta. Afonso saca un formulario y empieza a entrevistarlo. Se llama Fernando da Silva Miranda. Tiene 46 años y es nativo de Belem, donde tiene dos hijos y una esposa, pero está separado hace dos años. Se vino a Mato Grosso buscando trabajo, para poder volver a su familia con dinero y el orgullo recuperado. Pero no ha logrado ganar ni un real.

­Se supone que deberíamos ganar más o menos 25 reales (poco más de $5.000) por día ­nos dice Josenilton Carlos da Silva, un mulato delgado que habla con un ceceo­. No ganamos eso, pero por lo menos tenemos un trabajo. Yo no creo que estemos tan mal.

Tras una vida de trabajar bajo el sol, su cutis está arrugado, más allá de sus 44 años. Explica que les cobran "descuentos" por sus botas y comida (carne de las mismas vacas de la hacienda). Sin refrigerador para guardarla, este alimento se pudre en un contenedor de gasolina. El baño es un pequeño riachuelo donde toman agua, se bañan, lavan la ropa y los platos.

­En algunas haciendas donde he trabajado las condiciones han sido mejores ­dice Fernando­. Por lo menos nos daban comida, agua y alojamiento.

Cuenta que se dedicó al trabajo manual cuando perdió su empleo de mecánico. "Me gustaría trabajar en lo que estudié. Es difícil porque no hay muchos trabajos y tengo una familia que quisiera sustentar". Pero en esta hacienda no ha ganado ni un real para mandarle. Fernando dice que si se pudiera ir, vería a sus hijos, que no ha podido visitar porque Belem está lejos y trabaja con tantos descuentos que no tiene dinero. Además, el jefe guarda sus documentos. Josenilton iría a Salvador de Bahía, a ver su mamá, que no ha visto en 12 años.

Después de documentarlos, el grupo móvil les informa de sus derechos.

­Junten sus cosas ­dice Elierci­. Ahora ustedes irán a un lugar mejor.

­¿Tendrá baño? ­pregunta Fernando.

Le aseguran que sí, y les dicen que también recibirán sus sueldos debidos. Pero Fernando se pone escéptico.

­Eso no va a pasar como ustedes creen ­dice.

­Sí pasará ­insiste Elierci­. Ustedes tienen derechos que han sido violados y nosotros tenemos la fuerza del gobierno para hacer que tu empleador cumpla sus deberes. El equipo empezará negociaciones con el dueño ahora.

Para personas que han vivido casi todas sus vidas sin derechos, el concepto es casi ajeno. Fernando comienza a empacar lo poco que tiene: ropa, un cuaderno y una bolsa de tabaco. Todo cabe en una mochila hecha jirones.

Se ve medio confundido. Le pregunto si entiende lo que está pasando. "No exactamente", responde. Le explico que ellos han estado trabajando en condiciones de esclavitud y que ahora están libres. Su cara hace un gesto de horror y desconcierto. Luego de varios minutos de pensarlo, mientras mira al suelo y trata de entender, levanta su mirada y dice:

­Estoy libre.

Pero la libertad es un concepto relativo. El equipo dice sentir un cierto orgullo en liberar esclavos, pero sabe que muchos volverán a lo mismo.

­En realidad, no están libres ­dice Afonso­. Recibirán una buena cantidad de dinero, pero un día eso se acaba y, seguramente, volverán a trabajar en condiciones similares. Entonces esto requiere algún tipo de seguimiento, capacitación o educación.

En eso está de acuerdo la Federación de Agricultura del Estado de Sao Paulo, que certificó 140.000 trabajadores el año pasado. Según su presidente, Fabio Meirelles, la profesionalización es la mejor forma de mejorar las condiciones del trabajo rural; él no está de acuerdo con llamarlo "esclavitud".

­En Brasil, hoy no existe trabajo esclavo ­afirma Meirelles­. Hay mucha especulación en la prensa y de ciertos sectores políticos. Lo que podemos tener, sí, como cualquier país, es trabajo degradante. Pero eso se produciría por una falta de orientación o impulso del propio gobierno, que no fortalece los sistemas sociales en las regiones.

Frente a este tipo de críticas, el 13 de mayo, el gobierno divulgó un nuevo programa que pretende enfocar la Reforma Agraria en las regiones más pobres. El programa incluirá políticas para financiar la producción agropecuaria familiar, créditos, acceso a tierras, asistencia técnica, y la creación de un catastro para los desempleados.

Pero la demanda seguirá sin castigo para los culpables de contratar a los trabajadores, dice Antonio Lucas, director de la Secretaría de los Asalariados Rurales de la Confederación Nacional de Trabajadores Agrícolas. Quiere leyes como la que castiga a los bancos que dan créditos a esclavistas. Un proyecto de ley, ahora en el Senado, expropiaría sus haciendas.

­Ese proyecto es lo más importante ­dice­, porque el gobierno quitaría su propiedad y la destinaría para la Reforma Agraria. Sería un castigo ejemplar, que ayudaría a borrar nuestra mancha mundial.

Falta ver cuáles serán los resultados de la operación del grupo móvil en Mato Grosso. El fiscal público presentó querellas criminales y civiles. Tiene la esperanza de obtener resultados favorables, ya que el 22 de febrero, el senador Joao Ribeiro fue condenado por mantener 38 esclavos en su hacienda, y tendrá que pagar 760 mil reales por daños morales (unos 170 millones de pesos). Este 13 de mayo, la empresa Lima Araújo Agropecuaria Ltda. fue condenada a pagar tres millones de reales (casi $700 millones) por haber esclavizado a 180 personas en varias haciendas. Es el mayor castigo hasta ahora.

Gracias a estas acciones Brasil ha sido elogiado por la Organización Internacional del Trabajo (OIT).

­En los últimos dos años, el gobierno de Lula ha mostrado un serio empeño en la lucha contra la esclavitud ­señala Patricia Audi, coordinadora de la campaña de la OIT­. Ha incluido la creación de un plan nacional, una comisión y un grupo parlamentario, la publicación de una "lista sucia" en la que aparecen los nombres de casi 200 dueños de haciendas donde se han verificado irregularidades. También, triplicó el presupuesto para los grupos móviles, lo que aumentó los equipos de tres a siete. Según Audi, los grupos móviles siguen siendo los halcones en la lucha contra la esclavitud moderna. Han liberado más de siete mil esclavos durante el período 2003-2004.

La operación en Mato Grosso duró una semana y logró liberar a diez trabajadores. El dueño de la hacienda Santa Eulalia, Renato Filgueiras, terminó pagando cuatro mil reales a cada uno (casi un millón de pesos). Al final, el equipo trasladó a los esclavos rescatados al terminal de buses, donde compraron pasajes de ida a sus ciudades natales, con intenciones de no volver nunca.

Jennifer Ross L.